martes, 27 de marzo de 2018

MI VIEJO ENEMIGO HA VUELTO

Autorretrato (para los más modernos: selfie): Corrigiendo 
a mano el manuscrito de uno de mis nuevos libros.


Escribo este artículo desde la cama, echado cuan largo soy. ¿Quiere eso decir que soy un vago? No necesariamente. De hecho, no es mi vagancia la que me tiene en semejante posición (¡qué más quisiera!). Para mi desgracia, el motivo de mi posición horizontal tiene su raíz en un hecho sin duda menos festivo, y, desde luego, mucho menos placentero.
Pero antes, amigos y amigas del blog, os debo una disculpa por tan larga ausencia. Aunque, bien mirado, si sois amigos del blog más que míos, ¿no sería más lógico que fuese mi blog quien se disculpase ante vosotros y no yo?
A mí no me metas en tus mierdas.
Eres tan culpable como yo.
¡Y un huevo!
¿Ah, no?
¿Qué culpa tengo yo de que tú no hayas escrito ni una mísera línea en estos meses?
O sea, que si yo no escribo nada tú no publicas, ¿no es eso?
¿Cómo quieres que publique si no hay nada que publicar?
Quería dejar claro este punto.
¿Qué punto?
Pues que sin mí no eres nada.
¡Serás capullo...!
Sí, sí, lo que tú digas. Y ahora, tras esta cura de humildad —que buena falta te hacía—, déjame que siga explicando a mis lectores el motivo de mi larga ausencia.

Han pasado dos meses desde mi última publicación. En todo ese tiempo no he dado señales de vida en red social alguna, ni una publicación, ni un “me gusta”, ni un comentario en blog ajeno. Nada.
Alguien podría pensar que el éxito se me ha subido a la cabeza. Pero no. No se me ha subido. Entre otras cosas porque soy un leño de tío, y si al éxito le diese por subirse a mi cabeza, incluso a mi chepa, se arriesgaría a caer desde una altura considerable, y el leñazo sería tan tremendo que podría llegar a romperse la crisma. Así que, yo del éxito mejor me estaría quietecito y me dejaría de hacer el tonto subiéndome a la cabeza de un tío tan alto. Avisado quedas, tío.
Entonces, si no se me ha subido el éxito a la cabeza ni la vagancia tiene nada que ver con mi situación, ¿por qué este tío tan alto y que escribe tan bien nos pide disculpas?
Menos lobos, Caperucita.
¿Acaso no piensas que escribo bien?
Vale. Sí. Escribes bien. Pero no queda bien que te hagas autobombo. Suena pretencioso.
Te recuerdo que no tengo abuelas.
Vale. En ese caso tiene un pase.
¿Puedo seguir?
Vale, sigue, anda...

Como muchos ya sabéis —porque en su día lo publiqué en este mismo blog—, desde finales del año pasado llevaba trabajando en la redacción, corrección y maquetación de mis dos próximos proyectos: mi primera incursión editorial en el terreno de la novela y un nuevo libro de relatos con el que tengo intención de cerrar la trilogía ABSURDAMENTE, iniciada en 2015.
A finales de diciembre ya tenía acabada la novela, a falta de una última revisión a fondo tras un par de meses de reposo. Mientras tanto, decidí invertir el lapso en seguir avanzando en el libro de relatos. En febrero ya tenía prácticamente decididas las piezas que voy a incluir en el tercer volumen de la saga ABSURDAMENTE. De hecho, me hallaba dando forma a dos de las piezas inéditas que irán en el libro cuando tuve que dejarlo todo. ¿El motivo? Mi viejo enemigo íntimo, el dolor de ciática, había vuelto a irrumpir en mi vida.
Empezó como siempre, haciéndose notar levemente, con pequeñas molestias en las cervicales y en la base de la espalda. Luego, por si aún no me hubiese percatado de su visita, empezó a subir de intensidad, atacando la cara posterior del muslo izquierdo. Al principio se limitaba a esporádicas apariciones tras permanecer demasiado rato sentado. Luego, no contento con eso, empezó a venirse a la cama conmigo por la noche, a la hora de dormir. Con el paso de los días era él quien me despertaba de madrugada, como un hijo que duerme contigo en tu cama porque tiene pesadillas, y claro, como él no puede dormir se encarga de que tú tampoco puedas.
Al final, harto de que hiciese todo lo posible e imposible por pasar de él, mi enemigo íntimo optó por hacerse notar a lo grande: imponiéndose con toda la fuerza que es capaz e impidiéndome llevar una vida normal, con días en que prácticamente no me dejaba levantar de la cama.
Desde hace un mes aproximadamente estoy combatiendo el dolor con un tratamiento de antiinflamatorios, pastillas para el dolor, reposo y algo de ejercicio. De momento vamos empatados: yo hago todo lo posible por llevar una vida más o menos normal y él continúa dándome el coñazo todo lo que puede y más, consciente de que tarde o temprano uno de los dos no tendrá más remedio que claudicar; y, honestamente, confío, espero y deseo que sea él quien acabe mordiendo el polvo.

Haciendo mías las palabras del grandioso Mercury: "Ojalá sea el dolor quien acabe mordiendo el polvo".


La próxima semana os pondré al corriente de mis avances. Si el dolor me lo permite. Haré todo lo posible para que así sea. Palabra.
Un fuerte abrazo a todos y todas. Y gracias por seguir ahí, al otro lado.